Salud: como no colapsar frente al estrés y cansancio
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Dolores corporales. Dolores que van desde la cabeza (cefaleas) a dolores cervicales, dolores de hombros y especialmente de espalda (esos no faltan nunca), dolores de manos y de piernas. Todo eso escuchamos mencionar a los participantes de nuestros programas de mindfulness cuando se presentan y mencionan qué los trae a aprender esta técnica milenaria pero modernizada para el hombre occidental.
También ansiedad, esa es infaltable. Ansiedad de rendimiento, ansiedad por el devenir de las cosas, ansiedad provocada por la incertidumbre. Y cansancio, cansancio que viene de la mano del estrés y en muchos casos de la depresión ( a veces ya más establecida en el ánimo de algunos de ellos).
Es inevitable reflexionar sobre la sociedad en la que pasamos cada día de nuestras vidas, donde respiramos y aprendemos a percibir la realidad.
Esta sociedad no es más la sociedad disciplinaria que describía el famoso filósofo Michel Foucault hace menos de un siglo, sociedad de hospitales psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas donde se pretendía “modelar un hombre disciplinado” que no escapara de la norma general. Un ciudadano que veía constreñida su libertad por el bien común.
En la actualidad, y tal cual describe Byulg-Chun Han, profesor, autor, filósofo y ensayista surcoreano experto en estudios culturales y profesor de la Universidad de las Artes de Berlín “se ha establecido desde hace tiempo otra sociedad completamente diferente, a saber: una sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos. La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Tampoco sus habitantes se llaman ya ‘sujetos de obediencia’, sino ‘sujetos de rendimiento’. Estos sujetos son emprendedores de sí mismos”. Y lo peor de todo es que acaban consigo mismos.
Así, y siguiendo a este autor, “se ha pasado del deber de hacer una cosa al poder hacerla: Se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede, y si no se triunfa, es culpa suya. Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérdida lógica que culmina en el síndrome del trabajador quemado”.
Por eso es tan difícil cambiar. Porque estamos sumergidos en esta sociedad empujada por un brutal deseo de productividad. Por eso es que la intención de vivir de una manera más plena debe arraigar con una fuerza muy especial para tolerar los embates del “aliento cultural” que nos invita a autoexigirnos.
Pero una vez que comenzamos a desarrollar esta actitud de autocuidado y responsabilidad por nuestra mente y nuestro cuerpo, cuando volvemos a la esencia de nosotros mismos, las prioridades comienzan a cambiar, los urgentes dejan de serlo y los anhelos exitistas pierden fuerza. Se precisa paciencia, confianza en nuestras capacidades y esfuerzo sostenido.
Comenzar a cambiar puede ser más desafiante que seguir en el mismo lugar, sin dudas. Desafía nuestras certezas, nuestras creencias y asunciones principales.
Pero el bienestar que comenzamos a experimentar es exquisito. El cuerpo afloja sus tensiones, la mente se hace espaciosa, los sentidos se purifican. Podemos comenzar a cuestionar aquellas “demandas sociales” que hemos aceptado como naturales históricamente y permitirnos ser.
Es un trabajo de toda la vida. Pero cada desafío es una oportunidad de un nuevo aprendizaje, de un nuevo crecimiento, en donde nuestra identidad no está sujeta a nuestro hacer, sino a la experiencia profunda y única de cada momento.