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Las dietas proteinadas no son saludables

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Las dietas proteicas o proteinadas son disbalanceadas, y son en general pobres o muy pobres en carbohidratos, generando como principal desventaja a corto plazo un estado de cetosis, el proceso metabólico en que cae el organismo ante la falta de glucosa en sangre, para sustituir la generación de energía que necesita el mismo.

Este año 2017, por cuarto año consecutivo, el Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO) menciona a las dietas proteicas cetogénicas dentro de las cinco primeras no saludables, considerando que pueden provocar a corto plazo -además de la cetosis- mareos, dolores de cabeza y estreñimiento severo por la carencia de fibras.

A largo plazo, las consecuencias pueden ser aún más perjudiciales: desde pérdidas de calcio a nivel renal por el exceso de proteínas, a pérdida de masa muscular, pasando por arritmias cardíacas.

El veredicto de los expertos fue que no son dietas equilibradas y el hecho de reemplazar los alimentos cotidianos por preparados proteicos las hacen insostenibles en el tiempo.
Para poder evaluar si el aporte nutricional de este tipo de dietas es el adecuado, es necesario considerar que el aporte proteico no supere las recomendaciones nutricionales de acuerdo con las establecidas a nivel internacional por la OMS (de 0,8 a 1,5 g de proteínas/Kg de peso ideal/día).

Sin embargo, para que sean balanceadas también deberían aportar un mínimo de 120 a 150 gramos de carbohidratos por día, de manera de evitar este proceso de cetosis.

Una alimentación que aporta menos de 50 gramos de carbohidratos/día son consideradas totalmente cetogénicas.

Se ha demostrado que el consumo prolongado de dietas pobres en carbohidratos y ricas en proteínas se asocia a un mayor riesgo de morbimotalidad a largo plazo.

Entre los riesgos de potenciar el consumo de proteínas cabe citar la existencia de datos que asocian su alta ingesta con un mayor riesgo de padecer osteoporosis, cálculos renales, insuficiencia renal, cáncer o enfermedad cardiovascular.

Se debería, además, evaluar previamente el perfil lipídico de la persona para decidir si se le prescribe o no este tipo de dieta.

Por otro lado, las dietas disbalanceadas y tipo fórmulas (sobres sustitutivos de comidas, estándares en polvos a preparar) presentan la desventaja de no adaptarse al entorno social del paciente. Cuando se trata sólo de batidos, el paciente “hasta se olvida de masticar”, presentan un alto costo y poca variedad de sabores (monotonía), pudiendo causar rechazo en el mediano plazo; y, fundamentalmente, no siempre se acompañan de educación alimentaria nutricional adecuada para mantener el impacto deseado.

Al limitar estas dietas tan altamente la cantidad de frutas y verduras, se limita totalmente el aporte de fibra dietaria a la alimentación.

Es bien conocido y documentado el alto impacto positivo que tiene su consumo diario en la prevención de las enfermedades no transmisibles, por lo cual no serían -además- dietas preventivas de este tipo de enfermedades, corriendo el riesgo de disminuir más aún el bajo consumo existente de fibra tras su recomendación (situación conocida como iatrogenia profesional).

La eliminación de un determinado alimento o grupo de alimentos de la alimentación diaria, además de los desequilibrios nutricionales que puede generar a largo plazo, puede afectar al organismo emocionalmente.

En primer lugar porque todo lo prohibido tienta más, y en segundo lugar porque existen determinados alimentos, la mayoría de ellos a base de carbohidratos, que estimulan la liberación de serotonina, neurotransmisor clave en el centro del placer. Los bajos niveles de serotonina en las personas han sido asociados con trastornos agresivos, compulsivos y de ansiedad, así como con la depresión.
Por el contrario las mejores dietas para el descenso de peso serán aquellas que:
– logren una adherencia a largo plazo como única alternativa para frenar o disminuir con seriedad profesional la pandemia de la obesidad;
– equilibren los nutrientes y bajen las calorías, y logren un cambio de hábitos en los consumidores a través del sistema de control en el tamaño de las porciones;
– busquen limitar el aporte calórico para lograr la pérdida de peso, pero garanticen el aporte de la mayoría de los nutrientes necesarios para la vida;
– eliminen diariamente el alcohol y los azúcares concentrados para permitir margen para otros alimentos que aporten nutrientes importantes;
– incluyan a todos los grupos de alimentos y se planifiquen de acuerdo con los hábitos alimentarios del paciente y su nivel socioeconómico;
En la época actual, y en países con ritmos de vida intensos y altos niveles de estrés, no necesariamente la ansiedad está relacionada con la obesidad, si bien esta última está muy asociada a la parte emocional. En un trabajo que estamos llevando a cabo en estudiantes del CBC de la Universidad de Buenos Aires (trabajo aún sin publicar) donde estudiamos el perfil emocional durante la ingesta y el estado nutricional, si bien los resultados son preliminares, no encontramos asociación entre las dos variables. Sobre 500 alumnos encuestados, el 35% de la muestra fue considerado como poco emocional, independientemente del peso corporal o estado nutricional que presentaban.

(*) Miembro de la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN) y del Comité Organizador del 21° Congreso Mundial de Nutricional a celebrarse en la Ciudad de Buenos Aires en octubre próximo.

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